Un Jedi se somete a un examen médico: una resonancia magnética nuclear.
Dentro de la máquina hay un campo magnético de fuerza inaudita.
Tal es la intensidad del magnetismo que los mismos núcleos de los átomos del cuerpo se alinean todos apuntando su vector magnético hacia el mismo lugar, como si fueran agujas de acero.
Normalmente nadie siente nada, a menos que el sujeto sea un Jedi.
Una alteración así no escapa al sistema innato de conciencia intersticial, esa conexión entre la Fuerza y los átomos corporales.
Pronto termina la prueba y el Jedi regresa caminado a su casa.
Pero la reciente experiencia lo ha dejado intrigado.
Hace un tiempito que siente un campo tan poderoso como aquel que inundaba la máquina.
Es una forma de la fuerza que nunca había experimentado antes.
Sorprendente.
Fina.
Sutil.
Se concentra, y deja que las células se orienten por sí mismas. Se contagian unas a otras un sentido direccional orientado por este nuevo campo misterioso.
Poco tarda este fenómeno en tomar posesión de las piernas, llevándose al Jedi quién sabe dónde.
Pero a poco de andar, llega hasta una bella casa de madera con un jardín de flores azules.
Se detiene allí.
Toca el timbre y sale su amiga, quien lo invita a tomar el té.
Entonces, todas la células, hormonas, moléculas y los genes del Jedi aceptan sonriendo la invitación.
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