El jedi cultiva sandías.
De algo hay que vivir.
Ladran los perros. Por la ventana alcanza a ver a los tres niños que huyen saltando el alambrado.
Se mueven torpemente, cargados como van... llevan una sandía cada uno.
El Jedi sonríe. Lo están robando.
Prepara su infusión diaria de traoginia quimérica y se echa a contemplar la puesta de soles.
Al día siguiente, agarra una sandía de su campo, la que mejor luce.
La envuelve en un paño de seda verde y se va caminando hasta la humilde casa de los niños ladrones.
Allí sale a recibirlo el padre.
Traigo un regalo para sus hijos – dice el Jedi
Los niños salen temerosos de la tapera.
El jedi se acerca al mayor y le obsequia el hermoso paquete.
El niño, por un segundo, naufraga en la confusión. Se ruboriza. Su mirada brillante resplandece como el fuego termonuclear de mil soles del centro galáctico. Luego baja la vista y agradece en voz baja.
El Jedi se despide, da media vuelta y regresa al campo. El niño lo contempla aliviado.
Pero la sonrisa del jedi muestra un vestigio de divertida malicia: acaba de atrapar un futuro aprendiz.
Meditación y aprendizaje Jedi. Los post nuevos suelen aparecer luego de algún comentario que dejan los amables lectores. Increíble.