viernes, 11 de enero de 2008

Un poste, colgando del cielo

Como todas las mañanas de clases, la padawan baja del colectivo en el paredón de la Rhodia. Y enfila derecho por Primera Junta, hacia el río. Unas seis cuadras más abajo la espera el colegio, repleto de pibes por educar y alimentar.
El camino a recorrer resulta más vale aburrido. Varias fábricas, veredas desiertas y ningun árbol. La padawan saca el libro de poesía y se dispone a disfrutar esa lectura fácil de sostener mientras se camina por una vereda de quinientos metros de largo, sin interrupciones.
Así anda hasta que la mirada ocasional que dedica al porvenir, apenas por encima de los versos de la Guarino, le dvuelve una parte del mundo donde algo no funciona.
Entonces enfoca, e incluso baja el libro hasta lugar de las postergaciones.
Frente a ella, un tronco… un poste de luz. Medio poste. Medio, nomás. La parte de abajo no está. Solamente la mitad de arriba.
Flotando.
Por suerte es costumbre del ojo procesar los detalles no bien se lo enfoca y entonces aparecen los cables, que no eran de luz solamente, porque hay uno grueso de teléfono. Y otro de videocable.
Y colgando de esos cables, está el medio poste, balanceándose apenas, como demostrando lo suelto que anda.
Absurda inversión del orden previsto.
“Quien debías sostener, te sostiene ahora”
El poste calla.
Hombre con bicicleta en mano, se apiada de la Padawan y dice. “Vió? Y no sabe cómo quedó la casilla del transformador! El colectivo se subió por acá” y señala la esquina ”y lo barrió limpito al poste. Terminó acá adentro” y la mano del hombre mayor traza una línea que una la calle con el levitante madero, pasa por la padawan y finaliza como un sable de luz solar en la puerta de chapa, nueva, reluciente, que dice “edesur. “Sí, tuvieron que hacerla toda de nuevo. Pero el poste, lo dejaron así, colgando. Es un peligro”
El hombre se aleja tocándose la gorra. La padawan agradece el gesto, más que nada.
Mira hacia arriba donde el poste cercenado muestra sus entrañas de palmera. ¿Qué destino forestal te trajo de tierras rojas y cálidas a este lugar de colectivos descontrolados? Media vida fotosintetizando para terminar así, embreada, manteniendo las banales comunicaciones de los hombres y mujeres de empresa. Agujas de madera seca brotan del muñón aéreo y bamboleante. ¿Caerás sobre mí? ¿Caerás algún día? ¿O te retirarán cuando por fin haya acuerdo sobre quién era tu dueño?
Un rugido feroz interrumpe el desvarío de la maestra.
Un auto marrón sube raudo por la calle, llevando a su dueño a cumplir su destino diario con el centro de la ciudad de Quilmes.
Cien kilómetros por hora.
Por lo menos.
No corre para salvar vidas, ni detener una guerra.
No huye de una tormenta de arena, ni acude al llamado desesperado de un amigo en problemas.
No se desboca el corazón por un amor que puede perder en un minuto.
Corre para llegar antes adonde junta la limosna.
Si el hombre de remera y barba rala perdiera el control ahora, si estornudara, si reventara una cubierta, si se descuidara… como el infortunado chofer del colectivo, entonces ningún poste lo detendría. Ya no. Su camino de muerte destriparía la carne de la padawan, ensuciando malamente la casilla nueva de Edesur.
La padawan sigue caminando hacia la escuela. Retoma el libro, pero antes, dedica un pensamiento a su agenda mental:
Debo ir poniendo mis cosas en orden, concluye.

Fabián.