lunes, 4 de octubre de 2010

Enfermos terminales jedi

Todo Jedi padece una enfermedad incurable cuyo desenlace es fatal. Cada uno de nosotros sabe que este día que estamos viviendo puede ser el último. El final llegará sin contemplaciones de horario u oportunidad. Cada día, los jedis reflexionan sobre el día extra que se les ha concedido y renuevan la diaria promesa de hacer que valga la pena.

lunes, 23 de agosto de 2010

Los Jedis y la mala sangre

Agonizaba el siglo XX aquella madrugada de sábado, cuando el jedi subió al autobús. En esos días, el SIDA era un plaga aún poco conocida pero monstruosamente mortal. El colectivo 278 se puso en marcha hacia el oeste de Quilmes, zona de frigoríficos sedientos de sabiduría informática. El Jedi se sentó en la segunda fila de asientos, extrajo un libro y se sumergió feliz en la brutal prosa de Vonnegut. Al promediar el recorrido, el vehículo se detuvo para recoger un peculiar pasajero: un hombre joven, pelilargo y totalmente ensangrentado, de la cabeza a los pies. Con una mano sostenía con poco éxito la hemorragia de su cuero cabelludo, con la otra, se aferraba al pasamanos tratando de no caer. Silencio.
El conductor miraba al herido con gesto indeciso entre el espanto y el asco. El resto del pasaje contemplaba aterrado. Todos sabían de sobra que la sangre ajena era, por esa época, un seguro vector del peor de los males: la infección terrible que acabaría tarde o temprano con la especie humana. Yallí, sin pensarlo del todo, el Jedi decidió que era mejor morirse de pie que vivir arrodillado, o sentado mirando para otro lado. Entonces se puso de pie y le tendió una mano al hombre herido, lo sentó y le preguntó qué había pasado. Me han golpeado, para robarme. Inmediatamente el conductor se ofreció a llevarlo al hospital, y hacia allí partieron los seres humanos. Ya en la sala de guardia, un contertulio eventual le dijo al Jedi que no volviera a ensuciarse con sangre desconocida, que tal cosa era un peligro mortal y mejor no meterse. El Jedi sonrió meneando la cabeza y confiscó un par de guantes descartables de una mesa móvil. Desde aquel entonces los lleva siempre en su mochila, visto como está que por mucho SIDA que haya, los desconocidos no tienen previsto dejar de sangrar ante los golpes de la vida.

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viernes, 14 de mayo de 2010

La niñez en peligro

Un hombre trajo a su hijo al templo. Pidió hablar con un maestro.
"Yo quiero que mi hijo practique algo de esto, algo que le estimule la sabiduría. Yo veo que tiene mucho potencial, es inteligentísimo. Usted viera las cosas que lee, cómo piensa... a mí me asombra. Yo creo que si podemos eistimularlo adecuadamente, podrá desarrollar todo eso que tiene. Yo lo veo que está para grandes cosas.."
Mientras el padre hablaba, el maestro tomó la mano del niño y lo hizo poner la palma sobre el analizador de midiclorians.
"Yo veo que en el colegio se aburre, porque claro, es como que se siente medio perdido... él ya sabe leer y los compañeritos recién están aprendiendo las vocales..."
El analizador tomó una muestra de la secreción de la piel del niño y buscó alguna presencia de los microscópicos orgánulos que permiten a los Jedis percibir la fuerza y manipularla.
"Además quiero que aprenda música, ajedréz y básquet. No quiero que ande perdiendo el tiempo, justo ahora que está en la edad de desarrollar todo su potencial..."
El maestro examinó la pantalla del analizador, levantó su mano con gesto de autoridad inapelable, y dijo "¡Imposible! ¡Este joven tiene una increíble capacidad de convertirse no solo en un caballero Jedi, sino en un auténtico líder de la orden! Deberá dejarlo aquí, en el templo todo el día. "
"Ahhh... pero yo quería que además fuera a practicar básquet y ajedrez..."
"No, señor! Sería una irresponsabilidad dejar que joven con estas dotes de conductor desperdiciara el tiempo en esas tonterías que practica cualquiera. ¡Nada de eso! Deberá quedarse aquí, todo el día!"
El padre estaba radiante, pero aún dudaba.
"Pero y el colegio... se perderá un año de la escuela..."
"¿Usted se refiere a ese lugar donde va todos los días a aburrirse?"
El hombre finalmente se convenció.
"Está bien, tiene razón. ¿Cuándo podría empezar?"
"Ahora. Déjelo nomás"
"Ahora... pero no tiene ni siquiera ropa..."
"No importa, mándela luego. No hay tiempo que perder."
El hombre se despidió del niño y se alejó, feliz.
"¿Qué hiciste, Claudio?" dijo la alcaldesa Siria Da Boda, examinando la pantalla del analizador. "Este pibe no tiene un solo midiclorian. Jamás logrará siquiera percibir la fuerza. ¡Nunca podrá ser un Jedi!"
El maestro miró por última vez hacia el final de la calle desierta y cerró la puerta.
"Ya sé, pero por lo menos va a pasar un año aquí, en el templo... a salvo del pelotudo del padre"

jueves, 13 de mayo de 2010

Prospectiva del joven Facundo Buratovich

Facundo Buratovich es un niño de nueve años. Vive en los monoblocks del Barrio Juan el Bueno de Berazategui, junto a sus padres y su hermana mayor.

Por supuesto, ninguno de sus familiares tiene la mínima idea del destino que le espera al joven.

Dentro de unos años, un investigador rosarino descubrirá una vacuna genética contra la vejez. Encima, el virus portador será tan contagioso que en un lapso de diez años, toda la humanidad será inmortal. Habrá unos pocos inmunes, pero se irán muriendo hasta que quede uno solo. Facundo Buratovich tendrá ciento noventa y siete años de edad en ese momento. La ciencia lo habrá ayudado en todo lo posible, pero su cuerpo resistirá indómito la milagrosa vacuna. Sus últimos días los pasará en un geriátrico de Nueva Ituzaingo. Su tataranieto, un joven llamado Poseidón Lee Luna Park, lo visitará durante la mañana. Facundo Buratovich le regalará al muchacho su última posesión personal, un viejo generador de nano-vestido con forma de anillo de sello. Luego el viejo almorzará solo, degustando un pan auténtico de trigo. La antigua y casi olvidada muerte lo sorprenderá durante su paseo vespertino por el domo, mientras mire por última vez la puesta del sol tras las laderas nevadas del monte Ra Patera, en el cinturón ecuatorial de Marte. Una agencia de noticias emitirá un cable que será leído hasta en el rincón más olvidado de los satélites del sistema solar. La humanidad por fin se habrá quitado de encima su pasado más molesto.

Todo esto sucederá. Está escrito.

Pero ayer, cuando aún falta mucho para su muerte, el joven Facundo Buratovich, de nueve años de edad, volvió de la escuela con el boletín de calificaciones. Se sacó dos aplazos: uno en matemática y otro en geografía. Sus padres lo castigaron por no estudiar lo suficiente y andar callejeando todo el día con sus amiguitos. Le prohibieron la playstation hasta que no levante las notas. De alguna manera, dicen, hay que enmendar a ese mocoso.