jueves, 13 de mayo de 2010

Prospectiva del joven Facundo Buratovich

Facundo Buratovich es un niño de nueve años. Vive en los monoblocks del Barrio Juan el Bueno de Berazategui, junto a sus padres y su hermana mayor.

Por supuesto, ninguno de sus familiares tiene la mínima idea del destino que le espera al joven.

Dentro de unos años, un investigador rosarino descubrirá una vacuna genética contra la vejez. Encima, el virus portador será tan contagioso que en un lapso de diez años, toda la humanidad será inmortal. Habrá unos pocos inmunes, pero se irán muriendo hasta que quede uno solo. Facundo Buratovich tendrá ciento noventa y siete años de edad en ese momento. La ciencia lo habrá ayudado en todo lo posible, pero su cuerpo resistirá indómito la milagrosa vacuna. Sus últimos días los pasará en un geriátrico de Nueva Ituzaingo. Su tataranieto, un joven llamado Poseidón Lee Luna Park, lo visitará durante la mañana. Facundo Buratovich le regalará al muchacho su última posesión personal, un viejo generador de nano-vestido con forma de anillo de sello. Luego el viejo almorzará solo, degustando un pan auténtico de trigo. La antigua y casi olvidada muerte lo sorprenderá durante su paseo vespertino por el domo, mientras mire por última vez la puesta del sol tras las laderas nevadas del monte Ra Patera, en el cinturón ecuatorial de Marte. Una agencia de noticias emitirá un cable que será leído hasta en el rincón más olvidado de los satélites del sistema solar. La humanidad por fin se habrá quitado de encima su pasado más molesto.

Todo esto sucederá. Está escrito.

Pero ayer, cuando aún falta mucho para su muerte, el joven Facundo Buratovich, de nueve años de edad, volvió de la escuela con el boletín de calificaciones. Se sacó dos aplazos: uno en matemática y otro en geografía. Sus padres lo castigaron por no estudiar lo suficiente y andar callejeando todo el día con sus amiguitos. Le prohibieron la playstation hasta que no levante las notas. De alguna manera, dicen, hay que enmendar a ese mocoso.

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