jueves, 12 de septiembre de 2013

El mejor chiste de la Galaxia




El maestro le dice al alumno “Prepárate joven padawan, hoy nos vamos de vernissage”
- Sí maestro. ¿Cómo debo prepararme?
- Para empezar bañate. Ponete algo decente y las zapatillas blancas y después nos vamos.
- Maestro, ¿qué haremos allí? Nunca fui a un lugar así.
- Básicamente prestigiaremos una exposición de obras de arte, cautivando la atención de la concurrencia con el relato de nuestras  aventuras. También brindaremos unas pocas dosis homeopáticas de sabiduría Jedi. Te lo advierto: es posible que hoy la pongas. No es el objetivo, pero suele ser una consecuencia no despreciable de nuestra rica conversación y sentido del humor.
- Pero yo carezco de humor.
- ¿Quién te ha enseñado esa pelotudez? Si he sido yo, ignóralo. Es una orden. Probablemente estuviera algo tomado cuando...
- No, maestro. Lo que digo es que no sé decir cosas graciosas.
- No hay problema. Te daré un chiste para que cuentes. Hará colapsar de risa a todos. Es un chiste que existe hace milenios pero se cuenta solo una vez en la vida. Nadie que lo escucha es capaz de repetirlo sin el entrenamiento jedi. La gente común ríe tanto que el cerebro desarrolla una defensa inmediata contra la posibilidad de morir allí mismo de risa. Entonces luego de una hora, quizá algo menos, de locas convulsiones de felicidad, los oyentes olvidan lo que han escuchado y se quedan simplemente con una beatífica sensación de gratitud por la felicidad experimentada. Es más o menos como cuando le hacés un buen service a una mina y ésta…
- Maestro, disculpa, pero no quiero perturbar una celebración contando el chiste en un momento inoportuno.
- No te preocupes. Yo te haré la infalible seña del ataque de espada de tercera ronda para indicarte cuándo deberás contar el chiste.
Y así un rato después se fueron el Padawan y su maestro a la joda.
Cuando los contertulios ya estaban provistos de su correspondiente copa de vino o vaso de Coca Light, el padawan buscó la seña de su maestro para contar el chiste. Nada. La conversación siguió por media hora circulando por los tópicos habituales. El aprendiz estaba siempre atento a la seña, esa leva de cejas que indicaba el momento de atacar con la espada en tercera ronda y que allí significaría la orden de desatar las inconmensurables fuerzas del mejor chiste de la galaxia, celosamente guardado durante milenios, jamás escrito o documentado. Sin embargo, las cejas del maestro permanecían quietas como si una repentina y secreta inyección de bótox le hubiera congelado la musculatura facial a punto tal que parecía una máscara de piedra. El padawan no descartó la posibilidad, ya que frecuentemente el maestro se inyectaba cosas durante las fiestas. Pensó en ir al baño a ver si encontraba las habituales jeringas que el viejo dejaba por cualquier lado. Pero en ese momento sus miradas se encontraron. El Padawan hizo la seña de la espada que aparece en la tercera ronda, pero el maestro hizo un visible gesto de negación con su cabeza. Un rato más tarde el Padawan interrogó nuevamente al viejo, quien repitió la negativa. Así hasta que finalmente la gente empezó a irse. El padawan sospechaba que la intención de su maestro era que se quedara solamente con la chica de la pollera negra con tachas que le tiraba onda y que entonces el viejo cedería por fin para que su aprendiz pudiera soltar toda la energía del mejor chiste de la galaxia y provocar el marasmo, la aterradora convulsión de risa y placer que pondría a la muchacha a sus pies. Pero nada; la mina finalmente se cansó y se fue. El maestro se acercó al padawan, dejando detrás un par de borrachos que dormían en un sofá.
- Vamos, ya es tarde y yo estoy que reviento.
- Pero maestro, el chiste. No pude contar el chiste. Podría haber sido el centro de la fiesta, la alegría de toda esa gente…
- Es cierto. El chiste es poderoso.
- Por lo que me dijiste, el chiste es el poder mismo… Podría haber cambiado la vida de esa gente, cambiado sus convicciones políticas, sus prácticas mercantiles… ¡podría haberme cogido a una mina!
- Padawan, déjame recordarte que nosotros somos Jedis. Despreciamos el poder.
- Pero entonces, ¿para qué me contaste el chiste?
El maestro lo miró fijamente. Dejó transcurrir unos segundos hasta recuperar todo el aspecto de la sabiduría misma hecha hombre y entonces habló.
- Porque muchacho, para despreciar el poder, primero tienes que tenerlo.
El padawan enmudeció. El maestro le alcanzó la toga y haciéndole la seña de la espada en tercera ronda, le dijo. “Ponete el abrigo que afuera refrescó.”