jueves, 21 de junio de 2007

El Jedi y el tránsito

Hay ciertos planetas donde aún los vehículos de transporte se arrastran por la superficie. Incluso, hay mundos donde estos vehículos son conducidos por sus mismos ocupantes.

En la Tierra, a este medio de transporte se lo llama “el auto”

El auto ejerce en los humanos, sobre todo en los machos, cierto efecto narcótico.

A bordo de un auto, el humano se siente poderoso y fuerte. Esta ilusión lo lleva a conducir su auto en forma temeraria, costumbre que tarde o temprano termina lastimando a alguien.

El ser humano suele atribuir a su auto poderes mágicos. Así puede llegar a convencerse de viajar amparado por una especie de blindaje que lo protegería de las leyes de la física. Aunque parezca mentira, en los exámenes de conductor, nunca se les pregunta a los aspirantes qué tanto saben de inercia, momento de fuerzas o resistencia de materiales. Lamentablemente, algunos conductores suelen aprender estas nociones básicas de la física cuado estrellan sus autos contra otros.

Tampoco se les pregunta a las jóvenes promesas del volante por nociones básicas de ética.

Esto explica que cometan todo tipo de tonterías bajo el efecto narcótico de sus autos.

Por ejemplo, suelen insultar a otros conductores y aún a la gente que se mueve a pie.

El tenor de los insultos suele ser tal que a veces pone en peligro su propia vida.

Si un humano cualquiera le dijera en la cara a un Jedi, “Pedazo de pelotudo y la concha de tu madre, andate a la puta que te parió” o algo por el estilo, seguramente sería atravesado con toda justicia por un sablazo inmediato, o por lo menos, decapitado por un golpe de puño al costado más tentador de su loca cabeza. Nadie en sus cabales anda de a pie insultando a la gente. Pero cuando el humano monta en su auto, la narcosis lo empuja a cometer todo tipo de tropelías creyendo ser inalcanzable por la justicia. El muy tarambana cree que la velocidad de su auto lo mantendrá impune. Esto normalmente sucede siempre y cuando no se tope con un jedi, que como todos sabemos, se cuenta entre los seres más pacíficos de la galaxia. Cuando el conductor maleducado insulta gruesamente al jedi y huye a bordo de su auto, ignora que el caballero galáctico tiene ojos para ver la chapa identificatoria del auto agresor, habilidad para averiguar quién lo conduce, creatividad para planificar y paciencia para esperar el momento, tal vez distante en años, que elegirá para hacer justicia. Y estos raros actos de justicia son realmente muy bellos, desde su concepción hasta su ejecución, y sumamente saludables, por cuanto restauran momentáneamente el equilibrio ético de universo.

La vida es corta, y los jedis suelen estar demasiado entretenidos en diversiones y fiestas como para ocuparse de ciertas deudas. Así que es poco probable que dediquen sus energías a estas restauraciones. Pero de vez en cuando lo hacen, claro que sí.

domingo, 3 de junio de 2007

La propiedad

El ser es eterno. Siempre fue, siempre será.

Pero las manifestaciones del ser, en cambio, son efímeras y graciosas.

Los sistemas planetarios tienen un origen agitado. Comienzan con una estrella desequilibrada que explota, liberando al espacio una nube de gas con todo tipo de átomos.

Si la estrella se modera en sus expresiones, tal vez siga brillando por mucho tiempo más.

Lo cierto es que la nube de gas toma lentamente la forma de un disco que gira alrededor del astro madre.

Las partículas, girando locamente en el disco, chocan unas con otras y de vez en cuando se mantienen unidas. Se agrupan.

Pronto surgen las pequeñas rocas que generan una microgravedad capaz de atraer otras partículas. Aparecen entonces los planetesimales: semillas de planetas.

Los choques se suceden y pronto el espacio se limpia, dejando tan solo unos pocos cuerpos incandescentes orbitando la estrella central.

Este recién nacido sistema planetario aún posee demasiada energía, pero el tiempo se encarga de disiparla.

En algún momento cesan las lluvias de asteroides. Los planetas rocosos comienzan a enfriarse y tarde o temprano se tranquilizan lo suficiente como para albergar alguna forma de vida.

En la Tierra, en el sistema Solar, la corteza terrestre se enfrió lo suficiente como para formar un continente, una zona de tierras elevadas por encima del océano.

Como el manto debajo de la corteza es líquido, la corteza está resquebrajada en forma de placas, que se mueven unas con respecto a otras, flotando sobre el magma líquido que alberga la energía de los infinitos choques de la época planetesimal. Algunas placas se hunden, otras se raspan en su lento derivar y algunas son creadas gracias al surgimiento de nueva corteza a través de las grietas del planeta.

Esto sucede todo el tiempo, hasta que en algún momento el magma líquido de las entrañas del planeta se enfría tanto que se vuelve sólido. La corteza deja de moverse y el planeta se libera de terremotos y orogénesis. Desde el punto de vista geológico, el astro se muere.

Entre el nacimiento y la muerte de un planeta, a veces ocurren cosa graciosas.

Por ejemplo, puede aparecer la vida.

Incluso sucede que alguna de esas formas de vida reclame la inteligencia.

Pero lo más insólito es que puede pasar, aunque es realmente muy raro, que alguna de las formas de vida inteligentes, ¡algunos individuales! Se digan dueños, propietarios, amos del destino de alguna porción de la corteza planetaria.

En el colmo del delirio, llegan a inventar un cierto derecho, una especie de sistema argumentativo, para impedir que otros individuales vivan en la porción de la corteza que ellos reclaman.

Ese derecho estaría sustentado por la cantidad de seres vivientes que sus antepasados mataron para obtener ese preciado bien. Alguno incluso llegan a introducir a alguna deidad en este proceso validatorio.

Cuando se les pregunta a los dueños el porqué se consideran tales, pueden responder, “porque heredé”. Uno puede explicarles durante mucho tiempo que la supuesta herencia no es más que un sustituto algo amañado de la supervivencia genética. Es inútil. El dueño se cree dueño en forma prácticamente irracional. Algunos desposeídos llegan a cambiar tiempo de trabajo, la mayor parte de su ciclo vital, por una ínfima “propiedad”
La orden Jedi, que cuenta con testigos del fuego original, no suele preocuparse demasiado por esta forma de locura.

Todo el síndrome remite rápidamente ante la revelación de la verdad.

O si no, ante el sable de luz.

Etiqueta primate

Un humano loco exhibe el apellido y reclama respeto y sumisión.

Y para fundamentar su insólita demanda, se remonta a varias generaciones de antepasados.

Palabras de un Jedi presente, parado frente a la mesa de quesos:

“No te remontes demasiado en tu alcurnia, Anchorena: Podrías llegar a tus antepasados simios”

Algunos invitados sueltan alguna risita, otros miran con disgusto evidente al Jedi insolente que se come otro canapé.

Pero por las dudas, durante el resto de la velada, nadie se acerca a la mesa de las frutas.