domingo, 3 de junio de 2007

La propiedad

El ser es eterno. Siempre fue, siempre será.

Pero las manifestaciones del ser, en cambio, son efímeras y graciosas.

Los sistemas planetarios tienen un origen agitado. Comienzan con una estrella desequilibrada que explota, liberando al espacio una nube de gas con todo tipo de átomos.

Si la estrella se modera en sus expresiones, tal vez siga brillando por mucho tiempo más.

Lo cierto es que la nube de gas toma lentamente la forma de un disco que gira alrededor del astro madre.

Las partículas, girando locamente en el disco, chocan unas con otras y de vez en cuando se mantienen unidas. Se agrupan.

Pronto surgen las pequeñas rocas que generan una microgravedad capaz de atraer otras partículas. Aparecen entonces los planetesimales: semillas de planetas.

Los choques se suceden y pronto el espacio se limpia, dejando tan solo unos pocos cuerpos incandescentes orbitando la estrella central.

Este recién nacido sistema planetario aún posee demasiada energía, pero el tiempo se encarga de disiparla.

En algún momento cesan las lluvias de asteroides. Los planetas rocosos comienzan a enfriarse y tarde o temprano se tranquilizan lo suficiente como para albergar alguna forma de vida.

En la Tierra, en el sistema Solar, la corteza terrestre se enfrió lo suficiente como para formar un continente, una zona de tierras elevadas por encima del océano.

Como el manto debajo de la corteza es líquido, la corteza está resquebrajada en forma de placas, que se mueven unas con respecto a otras, flotando sobre el magma líquido que alberga la energía de los infinitos choques de la época planetesimal. Algunas placas se hunden, otras se raspan en su lento derivar y algunas son creadas gracias al surgimiento de nueva corteza a través de las grietas del planeta.

Esto sucede todo el tiempo, hasta que en algún momento el magma líquido de las entrañas del planeta se enfría tanto que se vuelve sólido. La corteza deja de moverse y el planeta se libera de terremotos y orogénesis. Desde el punto de vista geológico, el astro se muere.

Entre el nacimiento y la muerte de un planeta, a veces ocurren cosa graciosas.

Por ejemplo, puede aparecer la vida.

Incluso sucede que alguna de esas formas de vida reclame la inteligencia.

Pero lo más insólito es que puede pasar, aunque es realmente muy raro, que alguna de las formas de vida inteligentes, ¡algunos individuales! Se digan dueños, propietarios, amos del destino de alguna porción de la corteza planetaria.

En el colmo del delirio, llegan a inventar un cierto derecho, una especie de sistema argumentativo, para impedir que otros individuales vivan en la porción de la corteza que ellos reclaman.

Ese derecho estaría sustentado por la cantidad de seres vivientes que sus antepasados mataron para obtener ese preciado bien. Alguno incluso llegan a introducir a alguna deidad en este proceso validatorio.

Cuando se les pregunta a los dueños el porqué se consideran tales, pueden responder, “porque heredé”. Uno puede explicarles durante mucho tiempo que la supuesta herencia no es más que un sustituto algo amañado de la supervivencia genética. Es inútil. El dueño se cree dueño en forma prácticamente irracional. Algunos desposeídos llegan a cambiar tiempo de trabajo, la mayor parte de su ciclo vital, por una ínfima “propiedad”
La orden Jedi, que cuenta con testigos del fuego original, no suele preocuparse demasiado por esta forma de locura.

Todo el síndrome remite rápidamente ante la revelación de la verdad.

O si no, ante el sable de luz.

2 comentarios:

Ka_Ka dijo...

The year's at the spring,
And day's at the morn;
Morning's at seven;
The hill-side's dew-pearl'd;
The lark's on the wing;
The snail's on the thorn;
God's in His heaven-
All's right with the world!

Anónimo dijo...

El sueño del planeta propio, que le dicen, hasta son capaces de tirar bombas o crear embajadas y transnacionales para lograrlo. Qué lo parió.
Saludos de Rigolleto.